Esta noche quiero alabarte con mis palabras, con cada trazo.
Quiero sentirte y escucharte en mi silencio, como aquel primer silencio.
Un niño vestido de blanco con su corazón en la mano.
Una niña vestida de rosa con un libro entre ambas manos.
Una imagen que lo llenaba todo y que quedó tallada en mi mente e indeleble en mi alma.
Un salón de sillas pequeñas que en mi pequeñez era gigante y un olor a rosas siempre presente.
Y ahí estaba yo, una niña de jardinera azul frente a esa imagen de perfección.
Sentía que me sonreías y yo te devolvía el gesto.
Una campana me sacaba de tajo de aquel momento sublime, pero había siempre una mañana siguiente para repetir el ritual sagrado.
Desde ahí supe que estarías para siempre en mi vida.
Crecimos juntos, te he visto y examinado bajo lentes diferentes.
Me he alejado, seguro me has extrañado, pero siempre vuelvo a ti.
Recuerdo el niño vestido de blanco y sólo anhelo volver a Él, a su risa y lo que siento cuando estoy frente a su inocente corazón, extendido con fuerza hacia mí.
Entre muchos intentos por no fallarte, seguro he cometido grandes errores.
Entre mis esfuerzos por no perderme, seguro he tomado caminos equivocados.
Sin embargo, siempre me extiendes tu manita blanca, la misma con la que me ofreces tu corazón para sacarme de los apuros a los que me lleva mi torpe naturaleza humana.
¡Cuánto nos perdemos por agradarle al mundo!
Cuando es a TI a quien mis acciones deben agradar.
¡Cuántos intentos por completar una lista de logros!
Cuando el único logro por cumplir antes de volver a TI es trazar un camino de santidad.
¿Santidad? Sí, también yo me cuestioné por años esa palabra, le tenía pavor a una vida aislada y llena de sacrificios, como erradamente lo interpretaba.
Con el tiempo he ido comprendiendo que se trata de una invitación a imitar a ese niño que entrega su corazón al mundo y cuya única filosofía es amar sin medida.
Cada vez le encuentro más sentido a esa imagen sagrada de mi infancia que no es más que el mensaje claro de nuestro propósito de estar aquí: Entregar nuestro corazón en cada acción e imitar el amor de ese niño Jesús.
Qué gozo alabarte entre palabras hasta llegar a las lágrimas.
Qué sublime sentirte aún sin sentirme merecedora de tu abrazo.
Qué privilegio conocerte y aún más amarte.
Que no sea la última de muchas alabanzas de medianoche.
Comments